El presidente brasilero Jair
Bolsonaro, desde antes de ser primer mandatario de la nación territorialmente
más grande del continente americano, ya era un declarado enemigo de las
organizaciones ecologistas de ese país. Por ello, no resulta casual que las
primeras declaraciones que ofreció al conocerse las dimensiones del trágico
incendio que desbasta al territorio amazónico, hayan sido para culpar a esas
ONGs.
Llama también la atención,
que debieron transcurrir al menos 20 días para que el dirigente de la nación carioca
autorizara al ejército de su país para participar en las operaciones de control
y sofocación del incendio. Bolsonaro es un defensor del sistema neoliberal y es
sabido que una conducta básica de esa forma de gobierno es: primero crear
necesidades y luego hacer grandes negocios generando repuestas para las mismas.
Preocupa y da mucho que
pensar la actitud fascista que hasta ahora ha demostrado el mandatario carioca,
en todo caso, son muy pocos los indicios de preocupación presente en él por lo
que está sucediendo en el territorio amazónico y por el incierto futuro de los
grupos indígenas autóctonos de la amazonia, de las miles de especies animales y
vegetales propias del sector, de las reservas acuíferas que allí están y de la producción de oxígeno que en ese
territorio se genera para la vida en el mundo.
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